martes, 15 de diciembre de 2009

Capítulo I - Cómo llegué a la pasión por el Submarinismo.

Todos los seres tenemos una historia de vida única e irrepetible, cultivamos a lo largo de nuestra existencia distintas facetas de nuestra personalidad en forma selectiva, con inclinación a desarrollar determinadas actividades, ya sea por algo que traemos en los genes, que el medio nos estimule, o por tener experiencias satisfactorias que nos alientan a repetirlas, todo esto condicionado a que los medios económicos y la salud lo permitan.

En estos relatos, voy a tratar solamente mi historia y pasión por el submarinismo, atracción que no ha declinado con los años, a pesar de las limitaciones que impone el medio acuático de nuestro país, y el no tener los medios, ni el tiempo adecuado para llevar una vida enfocada en la práctica de este sano deporte.
Antes que nada rindo homenaje y agradezco a mi fiel compañera, que me ha sabido aguantar esta inclinación, incluso acompañándome hasta hoy en día, a pesar de que por hacerme el aguante hace unos años en Punta Fría, terminó patinando hacia el agua, raspandose espalda y brazos con los mejillones, y con un corte en el talón que no paraba de sangrar, tuvimos que ir apresuradamente a la urgencia de una mutualista, y se perdió de disfrutar el sol por varios días de vacaciones. 

Mi interés por las actividades en el mar, fue quizás influenciado por historias y anécdotas de mi padre, carpintero de profesión, que trabajó en reparaciones navales, donde compartía con compañeros de otras especialidades, entre ellos los buzos, y que su sueño era concretar el proyecto de construirse una embarcación que quedó inconclusa, porque no le alcanzaron los años de salud para hacerlo.
Pescador y amante del mar, quizás contagiado por su hermano mayor, un bohemio gran nadador, que acostumbraba a cruzar a nado la bahía, pescador de costa y embarcado, y también aficionado a la caza.

En sus idas a pescar sus compañeros infaltables siempre fuímos yo y el cigarrillo, recuerdo momentos en que estábamos en silencio en el muelle del Puerto Buceo, el con el dedo índice y pulgar sujetando la tanza a la espera de una picada, en la otra mano un cigarrillo encendido, y su mirada perdida hacia el mar...., siempre me preguntaba en qué estaría pensando tan concentrado ?.

Lo mismo en sus incursiones de Caza, siempre me llevaba, y me estimulaba con su entusiasmo a disfrutar de ese estilo de vida en contacto íntimo con la naturaleza, de las cosas sencillas que generosamente nos brinda, a pensar con libertad, y luchar por alcanzar aquello que creemos es bueno para nosotros, pero no perjudica a los demás.

Primeras inmersiones.

No recuerdo cuando, pero supongo fue “Papa Noel” o los “Reyes Magos”, me regalaron mi primer implemento de buceo, un par lentes de natación Funsa, para que lo usara en la playa, que en esa época a la que más asistíamos era la Honda.
En los días que el agua estaba “verde” (era lo habitual en esa época), yo me zambullía conteniendo la respiración, buscando siempre algo distinto en ese misterioso mundo, mis referencias fantasiosas sobre el mismo, estaban alimentadas por los relatos de Emilio Salgari del que era asiduo lector. Esa práctica la había incorporado como un juego más en las vacaciones de verano, complementado con un salvavidas de goma color celeste, que utilizaba para trasladarme, y flotando sumergir la cabeza para ver con los lentes hacia el fondo.

En oportunidad en que fuimos unos días a la zona del Pueblo Bolívar, en el que el Río Santa Lucia es el límite natural entre Canelones y Lavalleja, como nos habían dicho de que las aguas eran muy claras, llevé mis preciados lentes y tuve la oportunidad de sumergirme, el fondo era de arena, pero en la proximidad del puente había rocas, lo que daba al lugar un atractivo especial, pude encontrar pequeños moluscos y peces, que si yo me quedaba quieto, ellos se acercaban a mí para curiosear. En uno de los bordes del río, había marcas de pisadas de carpincho, lo que creaba la expectativa de que pudiera aparecer uno y tener un encuentro en el agua, pero no sucedió.

Ya en esa época salían por televisión los capítulos de la serial Caza Submarina, que estoy seguro fueron el gran motivador de muchos de los que se empezaron a bucear en esos tiempos, se trataba de algo misterioso, tal como lo recreaban en sus libros Julio Verne o Emilio Salgari, pero con imágenes impactantes.
Me fue inevitable por mi espíritu curioso, de escapar esa intriga, aventura, desafío, de incursionar en ese mundo apasionante e impredecible.
Con el mismo apasionamiento que me fuí involucrando selectivamente a lo largo de mi vida, como ser el nuevo mundo de la computación, que ni bien conocí, dije “esto es lo mío”, y me formé hasta el máximo, siendo la profesión que me permitió insertarme en el mundo del trabajo, para solventarme económicamente hasta hoy.

Descubriendo un mundo fascinante.

El llamado de las profundidades prendió en mí, cuando tenía quince años, mi tío Pocho ya incursionaba en el submarinismo, y había adquirido el equipo básico para él y mi primo Jorge.
Fuimos a pasar los tres una semana a Punta del Este, y obviamente llevó todo el material que tenía.
En la primera oportunidad que fuimos a la playa mansa, y encontramos en la orilla una parte de una embarcación de madera, semi-enterrada en el fondo arenoso, pero quedaban a la vista casi todas las cuadernas y la quilla, probablemente la había sacado un temporal de la parte más profunda, y arrastrado hacia la costa.
Mi tío se puso las patas de rana, la máscara, y el snorkel, y empezó a bucear a su alrededor, luego salió, me prestó su equipo para que yo pudiera hacerlo, enseñándome de cómo debía usar ese respirador, y nos largamos con mi primo, más tarde nos trasladamos a la zona del muelle del Club de Pesca, ahí el panorama era más atractivo, ya que hay rocas dispersas a poca profundidad, y con el hecho curioso de que había muchos Cazones que andaban entre esas rocas, y pasaban por debajo del muelle, que obviamente ante nuestra presencia se alejaban, pero si uno se subía al muelle, los podía ver desde arriba como si estuvieran en una pecera.
Al día siguiente volvimos a este lugar, y más tarde fuimos al muelle Mahilos, aquí el panorama era más atractivo, ya que casi todo el fondo era rocoso, y había más varidad de algas de distintas en formas y matices, y peces, resultó ser esta primer experiencia en el océano, algo muy bello y estimulante.
Una semana después volvimos a Punta del Este, y mi tío nos llevó a la zona llamada “La Mesita”, que está ubicada pasando el muelle principal del puerto, después de bucear me prestó su equipo, las condiciones eran óptimas, la visibilidad era de más de 5 metros, la inmersión resultó ser maravillosa, era un paisaje de rocas, algas, mejillones, peces pequeños amarillos y negros que caminaban por el fondo, cangrejos, sargos, medusas, lisas que pasaban como aviones y algo que ya no se ve más, cardúmenes de cientos de peces, que se movían todos coordinados, que pasaban frente a mí, y si yo iba hacia ellos, se abrían para dejarme pasar, y se volvían a juntar.

Primeros implementos.

Esta fué una de experiencia muy satisfactoria y me generó mucho entusiasmo, por lo que al volver a Montevideo le conté a mi madre, y me apoyó comprándome en Bazar Mitre un par de patas de rana Durban y un snorkel, lleve los lentes a un vidriero que estaba frente al Hospital de Clínicas, y le cambió los visores de plástico por unos de vidrio, con lo que completé mi primer equipo básico.
Al siguiente fin de semana fuimos a bucear a la zona de rocas que está frente al hotel Oceanía (Punta Gorda), sumándose un amigo de mi tío que también estaba entusiasmado, por lo que ya conformábamos un grupo de buceadores.
Esta vez la experiencia no fue igual, ya que si bien había visibilidad, el paisaje del fondo no era tan bello, y con poca presencia de peces, pero ya había prendido en mí definitivamente una muy fuerte inclinación hacia el submarinismo, de la que ni las condiciones más adversas desaniman.
Para el siguiente verano pude comprarme una máscara Durban, era tanta la expectativa que tenía, que cuando llegué a casa, llené la bañera y me metí con la máscara, obviamente las piernas quedaban para arriba, me sentía realmente un afortunado, hoy a la distancia esto me hace acordar a la "tablita de andar en la nieve" de la película El Ciudadano de Orson Wells.

Experiencia impactante.

Mi tío Pocho estaba muy entusiasmado y se compró un fusil de gomas, el arpón tenía en la punta un tridente (de cuatro puntas), fuimos a bucear en la zona de La Mesita de Punta del Este, en determinado momento se acercó a mí, y me señalaba hacia el fondo la profundidad era de un metro y medio aproximadamente, empecé a prestar atención al mismo, y después de mucho observar pude distinguir que había un Chucho escondido entre las algas, enseguida note un movimiento ondulante, como si tuviera alas y las moviera suavemente, entonces pude ver una pequeña parte blanca de su dorso, esto me paralizó, ya que sabía lo peligrosos que son, que si se sienten hostigados, atacan con el hueso aserrado que tienen en su cola, inyectando un veneno que es letal.

Volvimos a separarnos, y al rato siento ruidos, me dirijo entonces hacia él, y empiezo a ver una nube roja, ¡era la sangre de un Chucho!, lo había arponeado y el animal agredido quería atacarlo, para evitarlo agarro el arpón por el lado de atrás, y gracias a que tenía un tridente, pudo lograr que no se le viniera encima y le clavara su hueso aserrado, después de cansarlo consiguió sacarlo a las rocas, yo lo seguí, y cuando ya se habían amontonado varios curiosos, el animal empezó a parir varias crías, en un acto instintivo para la conservación de la especie.